(Este artículo es el contenido completo del 7º capítulo del informe “Las políticas del agua en Navarra, conflictos reseñables y propuestas para la gestión del agua“…) La cuenca del Ebro en Navarra tiene grandes ríos que desembocan en la margen izquierda del Ebro. Son principalmente el Ega, el Arga y el Aragón, que como dice el dicho “hacen al Ebro varón”. Se trata, en general, de ríos de caudal irregular, con fuertes estiajes y crecidas.
Este último aspecto es el que históricamente han utilizado las instituciones como argumento para “regular” estos ríos, construyendo grandes pantanos en sus cabeceras. De este modo, en Navarra la mayoría de sus ríos importantes disponen de un pantano en sus cabeceras, como los de Yesa y Mairaga en el sistema del río Aragón, Irabia e Itoiz en el Irati que es también tributario del Aragón; o los de Eugi, Urdalur y Alloz en el Arga. El único de estos ríos que no tiene ninguna presa importante en su curso es el Ega.
Las crecidas o inundaciones de los ríos de la cuenca del Ebro son frecuentes, y generan fuerte preocupación por parte de la población afectada y de las instituciones. Esto ha llevado a que se realicen diversos tipos de iniciativas que intentan reducir los impactos de estas catástrofes, aunque no siempre son adecuadas y lo consiguen. Una de las actuaciones de este tipo mas ubicuas es la creación de motas y diques de contención en las margenes de los ríos que protegen cultivos, infraestructuras y viviendas cercanas a los cauces. Así mismo, también son recurrentes las peticiones de “limpieza del río” consistentes generalmente en la retirada de gravas y arenas del fondo y las margenes de los ríos, junto con la retirada parcial o total de la cubierta vegetal de los mismos. Todo ello genera unas afecciones muy negativas a la fauna y flora de la zona.
Sin embargo, para la generación de inundaciones desastrosas no es determinante el que los ríos “estén sucios”, o que sean necesarias motas más altas para evitarlas. Ante una misma precipitación, el riesgo no es el mismo si hay mucha población y edificaciones en zonas inundables o si tales zonas se mantienen libres. De este modo, los principales condicionantes que aumentan los daños de las riadas son:
- La ocupación de zonas inundables por viviendas e infraestructuras, que incrementa la exposición de la población y sus bienes al desastre. La urbanización ha dejado a los ríos sin su espacio. Hay que recordar que el río necesita varios cauces para los distintos caudales que lleva, incluyendo las crecidas, y todos ellos son parte del río.
- La agricultura industrial y la expansión de regadíos intensivos aumentan la escorrentía y el arrastre de sedimentos, debido a la intensificación de los espacios agrarios y la ausencia de prácticas de conservación. De este modo, aguas abajo llega más agua, en menos tiempo y con más sedimentos, lo que incrementa los daños.
- A ello se añade la impermeabilización del suelo por la expansión urbanística y la proliferación de grandes infraestructuras. Además, en ocasiones estas autovías, carreteras o ferrocarriles cortan las redes de drenaje y crean barreras, que pueden causar grandes daños si la acumulación de agua tras la barrera se rompe de repente (veremos este ejemplo en las inundaciones del Zidacos de 2019).
- Las defensas construidas frente a las inundaciones tienen tendencia a agravar los daños. Los dragados, motas, cortes de meandros y encauzamientos aumentan la velocidad del agua y su capacidad de destrucción aguas abajo. Además, los dragados generalmente son ineficaces porque en poco tiempo (meses) los sedimentos vuelven a su lugar. Finalmente, la construcción de estas defensas crean una falsa seguridad que favorece una mayor ocupación de las zonas inundables, aumentando la exposición al riesgo.
Sin embargo, también hay que reconocer que diversas instituciones de Navarra están llevando a cabo algunas actuaciones tendentes a revertir las malas prácticas en materia de gestión de los cauces fluviales que se han llevado a cabo históricamente. Nos referimos a infraestructuras verdes destinadas a crear zonas de laminación de avenidas, como por ejemplo la retirada de motas, los cambios en el uso de terrenos cercanos al cauce, la apertura de antiguos meandros, el ensanchamiento de la sección de los ríos, la eliminación de escolleras y creación de taludes verdes, o la retirada y derribo de antiguas presas, por ejemplo.
La Autopista de Navarra contribuye a aumentar la riada de Tafalla en 2019
En la tarde del 8 de julio de 2019, el río Zidacos adquirió un enorme caudal debido a las fortísimas tormentas que quedaron casi estáticas en la Zona Media de Navarra. La causa fue una depresión aislada en niveles altos (DANA), también llamada gota fría, que se unió a la alta humedad existente en todo el valle del Ebro. En unas 4 horas se produjeron precipitaciones intensísimas, que recogieron cantidades entre los 130 y los 160 litros por metro cuadrado en localidades como Lerga, Guetádar o Barásoain.
Hay que tener en cuenta que el promedio de precipitaciones en todo julio en esa zona ronda los 20/30 l/m², por lo que se puede decir que en esa tarde precipitó 4 o 5 veces lo que cae en todo el mes de julio. Sin embargo, el año completo no fue excepcional en cuanto a precipitaciones. En 2019 en Tafalla se registraron un total de 669 l/m², una cifra inferior a la contabilizada en el 2018, por ejemplo, que alcanzó la cuantía de 787 litros.
Debido a las intensas precipitaciones, el río Zidacos a su paso por la estación de aforo de Olite paso de una altura de 0,11 metros a superar los 5 metros en una sola tarde. Esto produjo graves inundaciones en Pueyo, Tafalla, Olite y Beire. En Tafalla, la ciudad y sobre todo los barrios construidos en los últimos 100 años, ocupan prácticamente toda la llanura de inundación, de forma que la riada causo graves destrozos en edificios, vehículos y otras infraestructuras. El canal en el que se ha confinado al río en la ciudad no puede acoger grandes avenidas, como pudo comprobarse ese día.
Pero antes de llegar a Tafalla, la riada ya había arrasado puentes, naves, muros, vegetación, huertas… La tormenta fue más virulenta en la cabecera de la cuenca, y descargó barriendo montes de suelo arcilloso impermeable, bosques, caminos, y llenando con gran rapidez los barrancos. Estos, al bajar hacia el río Zidacos, se encontraron con la Autopista de Navarra (AP-15) que forma una barrera de norte a sur, y en la mayoría de los casos tapona el cauce natural de los barrancos, que fluyen de este a oeste en dirección al Zidacos.
De este modo, los barrancos de Olleta, Maquirriain y Benegorri se encontraron con su valle cegado completamente por la autopista, que apenas deja un pequeño túnel para su paso bajo esta. Al encontrarse sin salida, la enorme energía que traía el agua no podía mas que disiparse arrancando árboles de las propias orillas, socavando el propio cauce, arrastrando materiales… que acabaron cegando los estrechos pasos bajo la autopista.
Finalmente, y según subía el caudal, esos barrancos encontraban su única salida: los pasos de las carreteras comarcales o pistas que suben por sus valles. Estas carreteras funcionaron como cauces, y sirvieron como canales para aumentar la velocidad del agua y hacer que llegara al Zidacos, o la carretera general 121 que va paralela, por los que avanzó en tromba hacia Tafalla.
En la foto superior se puede apreciar uno de los ejemplos del efecto presa que hizo la autopista. Se trata del cruce de la Venta de El Maño, en Pueyo y junto al río Sansoain. El tramo de este río que, tras pasar bajo la autopista, fluye hasta el Zidacos (en la parte inferior izquierda de la fotografía, al paso de una pista) se ve que apenas ha desaguado algo. Posiblemente fluyó algo de agua al inicio de la tormenta, pero se cegó completamente, y el agua y los sedimentos chocaron contra el muro de la autopista, como se aprecia en la amplia zona devastada a su derecha.
Esa amplia zona se aprecia como fue llenándose de agua hasta que su nivel llegó hasta la altura de la carretera comarcal de Olleta, que pasa bajo la autopista por el amplio puente que se aprecia en la imagen. El agua acumulada, con gran fuerza, paso bajo ese puente, destrozando a su paso la carretera comarcal, la general 121 y la propia venta.
De no haber sido por el tapón que forma la autopista, esa cantidad de agua podría haber fluido hasta el Zidacos de forma paulatina, desde el inicio de la tormenta, de forma que la crecida no hubiera sido tan brusca. Así, los caudales habrían podido ocupar todo el valle, con menor capacidad erosiva y menor peligrosidad, en definitiva menos capacidad de hacer daños.
Sin embargo el caudal del Sansoain se acumuló contra la autopista y cuando la crecida alcanzó la cota y el vado de la autopista ya era una corriente formidable que llegó de repente al río Zidacos al que hizo crecer de manera vertiginosa. Lo mismo ocurrió con los otros barrancos que bajan en la misma dirección.
De este modo, todo ese agua acumulada llegó a Tafalla prácticamente de golpe, causando el destrozo que causó. En aquellos días se oyeron voces que alegaban que la vegetación de ribera tenía parte de la culpa de la inundación. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el efecto que la vegetación produce es frenar la velocidad del agua. Además, en el caso de una inundación como la registrada, el volumen que ocupan los sedimentos y la vegetación es insignificante respecto a los volúmenes de agua que circularon.
Sin embargo, gran parte de estos daños se podrían haber evitado si se hubieran prohibido las construcciones que se hallan dentro del espacio del río, como las que existen en los barrios nuevos de Tafalla. Nuestros antepasados tenían un conocimiento elemental de la dinámica fluvial: construyeron en lo alto, pocas veces a pie de río. Y, además, se debe dejar un espacio suficiente bajo la autopista para el paso de los barrancos, algo que aun está pendiente de ser solucionado. Un agricultor de la zona ya comentó como los abuelos advirtieron cuándo estaba siendo construida, que era un error no dejar suficiente desagüe a los barrancos bajo la autopista.
¿Son solución las motas o diques y las limpiezas o dragados?
Alrededor de los grandes ríos navarros existe un ecosistema de gran importancia e interés, formado por los cultivos, los sotos del río y el propio río. También se concentran en la misma zona otras infraestructuras como puentes, caminos y carreteras, o incluso vías de mayor capacidad como autopistas y autovías, y ferrocarriles. A ello hay que añadir otras infraestructuras agrícolas como naves, granjas, o las necesarias para el regadío.
Las tierras en las margenes de estos ríos son de gran producción agrícola, y por lo tanto tienen un gran interés. Y en muchas ocasiones son tierras de regadío, por lo que disponen de infraestructuras adecuadas para ello. Son, por lo tanto, tierras que producen muchos beneficios económicos, y a las que se les ha realizado grandes inversiones en muchos casos. No es extraño, por lo tanto, que se intenten defender de las inundaciones, construyendo para ello motas junto al río, o realizando dragados en el cauce. Sin embargo, se ha comprobado reiteradamente que estas actuaciones no son una solución, y generalmente crean mas problemas que los que evitan.
En el caso de los diques de contención, cuando las motas se encuentran demasiado cerca del cauce, tienen que resistir muchas mayores tensiones generadas por la corriente de agua en las crecidas, que les afectan con mayor intensidad. De este modo, tienen mayor posibilidad de desmoronarse, y permitir el paso de agua a la zona protegida. Una vez que el agua ha superado la mota, la zona protegida queda encharcada, y en muchas ocasiones es la propia mota la que impide que el agua vuelva al cauce, cuando su nivel baja, permaneciendo en los campos durante mucho mas tiempo. De este modo, los daños son mucho mayores.
Además, los encauzamientos y cortes de meandros favorecen una mayor energía y velocidad de las aguas de avenida, aumentando su poder erosivo y capacidad de destrucción de infraestructuras. De este modo, generalmente llevan los problemas a otros lugares, y facilitan que los efectos de la riada se agraven aguas abajo de los mismos.
De este modo, la tendencia actual, y que hay que promover, es dejar espacio al río en sus margenes, quitar las motas que están demasiado cercanas al cauce, y en todo caso ponerlas mas atrás, dejando parte de la llanura de inundación para que cumpla su función. La reparación continua de las motas es una actividad muy cara y que no aporta apenas beneficios, porque hay que volver a repararlas cada poco tiempo.
Una solución intermedia, que se ha propuesto también para Navarra, serían las áreas de inundación controlada a través de compuertas. Son terrenos que se habilitan y preparan con drenajes especiales y unas compuertas que se pueden abrir cuando el río alcanza un determinado nivel. De este modo, se puede seguir cultivando en esos terrenos, pero bajo la condición de que sirvan como llanura de inundación cuando sea necesario, para lo que se habilitan además seguros agrarios. En Navarra se han planteado varias áreas de este tipo en Milagro, Cadreita, Valtierra y Arguedas, pero no parece que se haya avanzado mucho en su definición.
En cuanto a las limpiezas del cauce, o dragados, estos tampoco resuelven los problemas que se presentan en las inundaciones, y constituyen unas obras muy impactantes que es necesario realizar reiteradamente cada poco tiempo. Esto sucede dado que los lugares del río que se deciden dragar son aquellos en los que el río, por su conformación, utiliza reiteradamente para acumular los sedimentos. De este modo, una vez dragado el río, las gravas y arenas vuelven a acumularse en el mismo lugar en poco tiempo, que en ocasiones es cuestión de apenas unos meses. Tienen, por lo tanto, un elevadísimo coste y un reducido período de vida.
Además, con el dragado se rompe el equilibrio del río, se eliminan sedimentos claves para el ecosistema fluvial, se elimina vegetación, y se destruyen hábitats naturales, afectando a la biodiversidad. Además los dragados reducen la capacidad de autodepuración del río y tienen otros efectos negativos, como la erosión remontante y el descalzamiento de puentes, escolleras y otras estructuras. Finalmente, al menos en un primer momento, permiten que el agua baje con mayor fuerza y rapidez, aumentando los efectos negativos de la riada aguas abajo.
De este modo, la retirada de gravas y arenas que se produce en el dragado es en realidad un “placebo”. Un supuesto remedio que calma a la población porque parece que la administración está solucionando el problema, pero que en realidad carece de efecto.
Y hay que tener en cuenta, además, que no todos los efectos de las inundaciones son negativos. Las crecidas fluviales forman parte de la dinámica natural de los ríos y son imprescindibles para su buen estado ecológico. Las crecidas proporcionan innumerables servicios para el conjunto de la sociedad como son:
- Constituyen el mecanismo que tienen los ríos para limpiar su propio cauce, facilitando la depuración de las aguas.
- Favorecen la recarga del acuífero aluvial.
- Mantienen la fertilización natural de las tierras de cultivo.
- Contribuyen a la biodiversidad, manteniendo cúmulos de gravas y otros elementos fundamentales para la vegetación, además de ser importantes zonas para la freza de peces y refugio para otras especies de fauna.
- Eliminan especies invasoras y controlan las poblaciones excesivas de determinadas especies, como las algas.
Gestión de los ríos y restauración fluvial
La Directiva Europea relativa a la Evaluación y Gestión de los Riesgos de Inundación, aprobada en 2007, establece que no se deben establecer medidas para evitar las inundaciones, pero sí minimizar sus efectos perniciosos. Además, la Directiva aboga por la renaturalización de los ecosistemas fluviales a través de la recuperación de las llanuras de inundación y la ordenación territorial en zonas inundables.
En Navarra también se está aplicando en algunos casos esta normativa de obligado cumplimiento. En este apartado reseñaremos varios planes y proyectos que aúnan la restauración fluvial y la gestión del riesgo de inundaciones.
Un buen ejemplo en el sentido de restaurar los ríos afectados por la urbanización es el estudio para un futuro plan fluvial presentado por el Ayuntamiento de Pamplona en febrero de 2018, que busca mejorar el estado ecológico del río Arga y minimizar el riesgo de inundación. El plan prima la restauración de los ríos Arga, Elorz y Sadar a su paso por Pamplona, redefiniendo sus relaciones con la ciudad, afrontando la regulación de sus usos, e impulsando las medidas necesarias para hacer frente a las crecidas de caudal.
Lamentablemente no tenemos constancia de que se hayan aplicado los principios recogidos en el estudio. Y sin embargo, si que es de conocimiento público que el actual gobierno municipal es partidario de volver a reconstruir la presa de Santa Engracia. Se trata de un azud que pone una barrera natural al río, actualmente se encuentra sin uso, y desde 2018 un gran boquete impide que represe agua, habiendo vuelto así todo un tramo del río a sus condiciones naturales.
Otro experiencia importante, y que en este caso si se ha llevado a cabo, es la finalización de los trabajos de restauración del Arga a su paso por Funes. Se trata de la mejora y reconexión de los antiguos meandros del río, de manera que se revierte a un estado similar al original, tras haber sido canalizado a mediados del siglo pasado. El objetivo de esta actuación es reducir el riesgo de inundación del núcleo urbano de Funes. Se ha llevado a cabo por la Confederación Hidrográfica del Ebro, que ha editado vídeos divulgativos con el titulo “ARGA, el canal que volvió a ser río” (vídeo de 2017, 2018).
Destaca también la restauración del Río Aragón en Sotocontiendas (Marcilla) en el marco del proyecto LIFE Visón. Además de recuperar espacio fluvial con la eliminación de motas y defensas laterales, la gran novedad de este proyecto es que se devolvieron todos los sedimentos retenidos en las motas al cauce, para paliar la incisión del mismo.
El fenómeno de incisión es el encajamiento del lecho del río, que aleja el cauce de las riberas hasta llegar a desconectarlas del mismo, y por tanto, a perder la cercanía del agua corriente y la capa freática. Se trata de un fenómeno muy común en grandes tramos de los ríos navarros. La existencia de grandes embalses en cabecera y de los azudes y presas de cierta entidad a lo largo de todo su recorrido, provoca una escasez tremenda de sedimentos. Esto se agrava considerablemente con los dragados vistos en el apartado anterior, y a las grandes crecidas por el efecto (doble) de los pantanos de Yesa e Itoiz.
Los episodios de crecidas, por ejemplo las ya comentadas en la cuenca del Zidacos en 2019, pero anteriormente también las de Baztan (julio de 2014) o en Iruñerria (junio de 2013), por citar las más significativas, deben obligar a poner en marcha todos los protocolos que por mandato legal imponen tanto la citada Directiva de Inundaciones, como la Directiva Marco del Agua.
El mas importante de estos protocolos es la prevención a través de la restauración del espacio fluvial y los ecosistemas de ribera. Existen varios proyectos de restauración, redactados bajo el paraguas de varios proyectos europeos, que están durmiendo el sueño de los justos en los cajones de la administración. Proyectos que se acompañaron de sus correspondientes procesos de participación pública y que por lo tanto tienen un alto nivel de consenso.
Por otro lado, no hay mejor prevención que la de conservar lo que ha llegado a nuestro días en un estado relativo de conservación. Por ello se debe exigir a la administración que acelere los instrumentos de protección relacionados con los ríos. Puesta en marcha de los planes de gestión de los LICs (ZECs) fluviales, revisión de las reservas fluviales navarras… De estas y otras propuestas de mejoras de la gestión del agua hablaremos en el siguiente y último capítulo de este informe.