Presentamos aquí el texto que hemos redactado para el último número de la revista Talaia, de la fundación Ipar Hegoa. En él hacemos un repaso a la situación socioecológica y sus múltiples crisis, y trazamos un esbozo de soluciones en energía y movilidad. Y terminamos pensando en el papel de los movimientos sociales ante esta coyuntura…
La última Cumbre del Clima en Madrid, se volvió a cerrar con un nuevo fracaso a la hora de acordar unos objetivos plausibles de disminución de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero. Un fracaso que no sale gratis: millones de personas morirán o se verán obligadas a desplazarse, la lucha contra la emergencia climática sufrirá un retraso mortal y nos acercaremos todavía más al escenario de “planeta horno”. La Cumbre ha vuelto a fallar a la humanidad y al planeta, pero su incapacidad no resulta inesperada, al no cuestionar el modelo productivo y de consumo actual, basado en la explotación, en el extractivismo y en el espejismo del crecimiento.
Mientras, aquí y allá, se suceden acontecimientos, aparentemente inconexos pero que comparten la misma matriz causal: un modelo productivo y social agotado, preñado de riesgos, amenazas, desigualdades, control y terror social: inundaciones; cosechas devastadas por las plagas en África; golpes de Estado y guerras por minerales básicos que se ensayan en nuestras tierras; vertederos que se hunden y complejos petroquímicos que explotan matando a trabajadores; los efectos socioeconómicos y políticos del COVID-19, las migrantes climáticas,… Acontecimientos que nos permiten vislumbrar el tipo de conflictos y problemas que asoman en el futuro inmediato.
Y es que el capitalismo es así, y no puede ser de otra manera: si no crece entra en crisis, y esas crisis se cobran vidas, mientras hay quienes se enriquecen cada vez más. Pero como el crecimiento infinito es imposible en un planeta finito, tarde o temprano el capitalismo deberá pasar a mejor vida. Por ello, tenemos que esforzarnos por buscar algo nuevo si no queremos dejarnos arrastrar por la dinámica suicida del sistema actual; y para ello, no bastarán con simples medidas de maquillaje. El capitalismo verde no nos salvará: capital y naturaleza, capital y sostenibilidad son términos irreconciliables. Por ello, necesitamos avanzar hacia escenarios con mayor justicia social y ecológica global, con menores consumos de energía y de materiales y posiblemente menor actividad económica, la ampliación de actividades desmercantilizadas y la adopción de estrategias de mayor control y autogestión colectiva sobre nuestras vidas. A nuestro entender, no hay otra salida.
Navarra es el ámbito de intervención de la Fundación Sustrai Erakuntza. Somos un pequeño organismo social que da soporte técnico y jurídico a grupos que defienden su entorno frente a proyectos ecológicamente insostenibles. Desde esta posición, quisiéramos fijar la atención en dos cuestiones que nos parecen clave en estos momentos, y que reflejan el antagonismo y los intereses incompatibles en juego a la hora de abordar los retos de la actual situación de emergencia climática: el de la energía y la movilidad. Junto a ello, nos permitiremos una breve reflexión sobre las dificultades que el movimiento sindical y ecologista tenemos para recolocarnos en esta coyuntura, y la necesidad de pasar a la ofensiva a la hora de dirigir a la sociedad hacia otro escenario de mayor justicia y sostenibilidad ecológica.
La clave para cambiar la realidad energética es cambiar la realidad socioeconómica
La descarbonización del modelo energético es un imperativo si queremos detener el aumento de la temperatura en el planeta. Pero prescindir de las energías fósiles conlleva cuestionar nuestros niveles de producción y consumo energético. En Navarra se habla y se especula mucho con las energías renovables, pero se debate y analiza poco sobre todas sus implicaciones y limitaciones. Apostar por las energías renovables parece dar patente de corso para cualquier tipo de decisión. Así parecen haberlo entendido los diferentes gobiernos de Navarra, fieles representantes del capitalismo verde, asumiendo el papel de promotores energéticos y liderando la instalación de grandes centrales de producción eléctrica con enormes afecciones ambientales.
A pesar de que Navarra se acerca a cubrir todas sus necesidades de electricidad con renovables (la electricidad generada por fuentes renovables equivale al 70% del consumo final de electricidad), gobiernos, grandes empresas y ayuntamientos pretenden duplicar la potencia actual, con parques eólicos y solares, además de seguir con fuentes de producción no renovable (como lo demuestra el mantenimiento de las ilegales centrales térmicas de Castejón). Absurda e insosteniblemente, su problema es resolver qué hacer con la energía renovable excedente y cómo transportarla. De ahí, la construcción de más subestaciones eléctricas y líneas de alta tensión que no tienen otro objetivo que vender esa producción eléctrica excedentaria para mayor gloria de los oligopolios y multinacionales eléctricas y desgracias de pueblos y ecosistemas.
Por ello, en cuestiones energéticas, frente a la práctica dominante del negocio, es necesario introducir otra visión ecológica basada en principios democráticos y comunitarios. Se trata de ahorrar y reducir en el consumo energético (rehabilitación de viviendas y racionalización del regadío), de adoptar sistemas para aprovechar mejor la energía renovable disponible que ahora no se puede utilizar en determinadas horas, de promover instalaciones de proximidad aprovechando las edificaciones existentes, apostar por la cercanía (agricultura, comercio, producción), de modelos descentralizados y democráticos en la gestión energética,…
Por tanto, estamos hablando de una disputa real. Algunas de las medidas mencionadas son toleradas por el sistema dominante siempre que sean minoritarias y no interfieran las grandes decisiones estratégicas del capital. De ahí la importancia de combinar el rechazo de los proyectos de líneas de alta tensión en nuestros valles, con alternativas concretas de reducción de consumos y formas de producción energética local y sostenible.
Movilidad: el TAV y los coches, aunque sean eléctricos, no son la solución
El modelo de movilidad actual es ecocida. El transporte de personas y mercancías depende casi en exclusiva del petróleo. Las consecuencias son conocidas. ¿Qué alternativas se nos presentan? Los distintos Gobiernos de Navarra han compartido el mismo discurso en relación a la movilidad: promoción del vehículo privado y eléctrico, movilizando dinero público; la construcción de nuevas vías y carreteras; el impulso del Tren de Alta Velocidad. Todo ello a costa del abandono del tren convencional y de los transportes públicos de calidad, y en contra de toda evidencia en términos de rentabilidad coste/beneficio, social y medioambiental. Detrás de todo ello no resulta difícil encontrar al lobby automovilístico (representa el 45% de las exportaciones navarras) y el de la construcción, bien representados en los diferentes gobiernos.
Resulta impensable e indeseable la sustitución del parque automovilístico actual, a escala mundial, por el vehículo eléctrico. Ello implicaría una movilización y utilización de materiales de tal calibre que nos abocaría a nuevas crisis y conflictos. Incluso, aunque el desarrollo tecnológico permitiera subsanar las dificultades actuales para encontrar soluciones eficientes al almacenamiento de la electricidad, resulta imposible mantener la cantidad y velocidad de los desplazamientos actuales, y mucho menos el transporte de mercancías a largas distancias.
Ante ello, se hace urgente la adopción de planteamientos alternativos a la mentalidad desarrollista dominante. El eje de toda política de movilidad en la situación de emergencia climática actual debería ser el desarrollo, mejora y ampliación de la red ferroviaria actual; la recuperación de trazados ferroviarios abandonados al estilo de lo que se hace en Alemania; la electrificación y publificación de los medios de transporte, que asegure la conexión de las zonas rurales; la gratuidad del transporte público de cercanía como estímulo para el abandono del vehículo privado. Ya es hora de plantear la movilidad como un derecho social para acceder en igualdad al empleo y a los servicios públicos, mientras se mantenga y se nos imponga la organización, distribución y urbanización territorial que el capital ha diseñado a espaldas de la clase trabajadora.
El movimiento ecologista y sindical tienen que ponerse las pilas y pasar también a la ofensiva a la hora de diseñar y recorrer la transición ecológica
El capital está dispuesto a apropiarse y liderar la “transición ecológica”, manteniendo al máximo las tendencias actuales en favor de grandes infraestructuras y los nuevos nichos de negocios verdes, combinándolas con chantajes y amenazas sobre el empleo (la deslocalización, las reconversiones de sectores productivos), la aceptación de la precariedad como la nueva normalidad y la privatización de servicios públicos y pensiones.
Sin embargo, tenemos que reconocer que para hacer frente a los proyectos económicos-políticos dominantes, nos falta un plan de acción y reivindicación sostenido en el tiempo. Todavía nos queda mucho camino por recorrer, pero tenemos que ser conscientes de que no podemos perder más tiempo. Al menos hemos abierto espacios para el trabajo conjunto como Nafarroa Bizirik, donde están presentes 20 organizaciones ecologistas y sindicales. Ahora toca, sin más dilación, afrontar el análisis de la situación actual y dotarnos de criterios y alternativas radicales, sin dar ninguna batalla por perdida (todavía podemos detener el TAV en Navarra) y sin abandonar la movilización amplia y contundente frente a proyectos insostenibles (térmicas de Castejón, TAV, Polígono de Tiro de las Bardenas, proyectos mineros de Erdiz y Geolcali, Canal de Navarra,… ), que de mantenerse o llevarse a cabo van a hipotecar nuestro futuro.
La disputa supone ganar capacidad para orientar la transición ecosocial desde los intereses de la mayoría social. Hablemos de agroecología, de industria ferroviaria, de tren público y social, de transporte público gratuito y electrificado, de servicios públicos y comunitarios, de repartir el empleo y compartir los cuidados, de ahorro y eficiencia energética, de uso racional del agua, de garantizar el disfrute de una vivienda, de comenzar a decrecer y en qué, de reutilización y reciclaje de residuos, de control democrático y popular, … Hablemos de todo ello, y construyamos alternativas, que las hay, para abrir con ellas nuevas vías de cambio que comiencen a erosionar al poder y la hegemonía del capital en Navarra. Desde la tierra que pisamos, se lo debemos a la humanidad y al planeta.