
Cada vez es más evidente la ausencia de planificación democrática del Estado Español en materia energética. El último apagón que hemos sufrido recientemente es un claro exponente, pero no es el único ejemplo. La expansión descontrolada, y en muchos territorios excesiva de las energías renovables, es el otro gran ejemplo. Y parece evidente que ambas cuestiones están fuertemente relacionadas.
Lo único que los diferentes gobiernos han planificado son metas cuantitativas para desplegar energías renovables basadas en la electricidad. Se han limitado a establecer unos objetivos genéricos, para dejar en manos de las empresas privadas su cumplimento, a igual que el control de la producción, las lineas de transporte y distribución… Prácticamente todo.
Navarra no es una excepción. Su plan energético se limita a adoptar los objetivos de electrificación del Estado a nuestro territorio, y establecer una serie de medidas para comprobar su cumplimiento. Y todo ello sin afrontar decididamente la dependencia fósil, a la que a pesar de la propaganda, seguimos sujetas. Según los últimos datos del propio Gobierno de Navarra, en 2023 las energías fósiles seguían siendo el 76% de la energía que consumimos. O lo que es lo mismo, solo el 24% proviene de renovables, siendo la mayor parte de ellas en forma de electricidad.
Otra forma de ver el mismo problema es conocer cuánta electricidad consumimos sobre el total de la energía: según las mismas fuentes un 21%. Un consumo que, al revés de lo que podríamos suponer, va a la baja. El Balance Energético de 2023 del Gobierno de Navarra señala literalmente que: “el consumo de electricidad disminuyó un 4,13 % en 2023 respecto a 2022”. Y no fue una excepción. Desde 2008 en que se produjo el pico de consumo eléctrico, esta tendencia descendente se ha mantenido. ¿Cómo queremos conseguir una transición a energías renovables eléctricas si el consumo de electricidad no sube?
En estas circunstancias, la transición energética planteada entraña muchos problemas. El primero y más patente, es la dimensión que supone. Pretenden convertir prácticamente un 80% del consumo energético fósil actual a las renovables basadas en la electricidad, sin plantear medidas radicales de reducción de consumo. Ello implica un consumo inmenso de materiales y energía para producir y transportar electricidad: multiplicar infraestructuras como plantas de producción eólica y fotovoltaica, líneas de alta tensión, infraestructuras para almacenamiento en forma de baterías gigantescas o embalses reversibles a distintas alturas… Y a lo que habría que añadir sistemas de estabilización, seguridad y control derivadas del carácter variable de las energías provenientes del sol y del viento que hasta la fecha se han ignorado por sus altos costes. Nos preguntamos si existen recursos para construir todo eso, y si nuestro medio ambiente y territorio van a ser capaces de soportarlo.
Y evidentemente, todos estos aspectos no están planificados: ¿cuáles son nuestras capacidades, nuestras necesidades asumibles, nuestro modelo energético? En Navarra no ha habido ningún debate serio sobre ello. Se han establecido los objetivos a alcanzar, pero no como se hará. Eso lo decidirán las empresas privadas, ésas que solo miran por sus beneficios…
A pesar de que en Navarra el 55% de la electricidad producida en 2023 tenga origen renovable, no nos hemos librado del apagón, ni nos ha aportado ninguna soberanía energética. El apagón ha puesto de relieve nuestra dependencia de una red centralizada, que se está viendo modificada por el aporte de electricidad renovable eólica y fotovoltaica. Estas fuentes tienen dificultades para mantener un parámetro como es la sincronía, que mantiene la estabilidad en la red. Asuntos que ya se conocían, pero cuyo abordaje exige elementos de estabilización costosos que han sido obviados por las empresas y por un modelo energético que ha priorizado la obtención de beneficios y la reducción de costes.
Todo esto nos lleva al inicio de este texto. Habrá quien quiera cerrar el episodio del apagón con soluciones técnicas exclusivamente. O quien quiera aprovechar la ocasión para cargar contra las renovables en favor de las nucleares. Pero no. El Gran Apagón al que nos tienen sometidas quiere conseguir desorientanos, para que no abordemos radicalmente la emergencia climática, ecológica y energética con sus efectos devastadores en los pueblos y las clases populares y trabajadoras.
La transición que se nos está imponiendo por parte de los poderes económicos sólo busca mantener el beneficio, la dominación y la explotación de personas y ecosistemas. Estos días volvemos a escuchar discursos en favor de exigir responsabilidades a operadores privados, de nacionalización, de propiedad público-comunitaria, de bien común… Pero la realidad de estos años tan solo nos muestra silencio, desmovilización, incumplimiento de leyes, de imposición de macroproyectos sin control, algunas medidas asistencialistas y otras compensatorias para que los pueblos acepten proyectos de las empresas energéticas. Seguir en esta línea ya no sirve.
Necesitamos un nuevo “mix energético” consistente en: reducción radical de consumos de materiales y energía inútiles, acceso universal e igualitario a la energía, planificación democrática, respeto a los límites biofísicos del planeta, estrategias energéticas diversas más allá de la electrificación, relocalización productiva en equilibrio con los recursos locales, modelos de baja tensión que permitan la gestión local y universal de la energía de forma universal … Hace años que reclamamos este debate en Navarra.